(Roland Joffé, 2001)
François Vatel (Gérard Depardieu) es un cocinero del
siglo XVII, que se ha convertido en el maestro de ceremonias del Principé de
Condé (Julian Glover), quien en su
Castillo de Chantilly acogerá durante tres días a la Corte de Versalles. El
objetivo del Príncipe es dar una buena imagen, que le permita el favor del Rey
Luis XIV para dirigir las tropas en una posible guerra con Holanda, para
recuperar así el Príncipe su estatus y dignidad de tiempos anteriores.
La labor de Vatel es supervisar
que todo esté lo más perfecto posible, desde los banquetes hasta la decoración.
Tiene un mando por encima de toda la servidumbre del castillo, por lo que actúa
en nombre de la nobleza sobre la servidumbre del castillo y responde en nombre
de la servidumbre ante la nobleza. Hay que matizar que el Príncipe de Condé es
consciente del valor de Vatel para organizar hermosos banquetes sin derrochar
dinero, pues la situación económica del Príncipe es preocupante y su
recuperación pasa por las manos de Vatel: si el Rey queda a gusto en su visita,
le permitirá al Príncipe dirigir las tropas de guerra. Por esto hay una
complicidad entre Vatel y el Príncipe, podemos hablar incluso de amistad, pues
ambos se confiesan sus temores y ambos buscan un mismo objetivo: impresionar al
Rey para mejorar su situación económica. Decía La Boétie al establecer
diferencias entre la servidumbre y el colaborar con alguien por amistad, que
“la amistad es algo sagrado, no se da sino entre las gentes de bien que se estiman mutuamente.”[1]
Solo se puede hablar de amistad mientras ese trato sea entre iguales y hasta ese momento, el Príncipe reconoce que él depende del trabajo de Vatel, tanto o incluso más de lo que depende Vatel del Príncipe para mantener su trabajo. Aunque viva en el Antiguo Régimen, Vatel tiene una mentalidad algo moderna, pues reprueba los excesos de la nobleza y los menosprecios hacia la servidumbre, pero manifiesta sus pensamientos con discreción, para no llamar la atención de la realeza presente en el castillo. Pero su reprobación hacia la realeza en general, contrasta con su aprecio incondicional hacia su señor, quien aunque sea bueno con él, no deja de ser un noble más. Vatel cree en la dignidad que su Príncipe debe recuperar, es por él que pone tanto esmero en su trabajo.
El vistoso trabajo de Vatel como
maestro de ceremonias llama la atención de toda la nobleza, la cual lo adula
con incontables elogios, en cuanto a labores de servidumbre. Tiene cierto
renombre, al moverse en el entorno de los nobles, como representante de los
sirvientes bajo su mando. En una ocasión en que un noble desprecia a un
sirviente, Vatel lo interrumpe para recordarle que las órdenes a su gente se
las da solo él. Por ese tipo de gestos se percibe que Vatel se siente en su
entorno al estar con la servidumbre y no con la nobleza.
La habilidad de Vatel consiste en
crear y asombrar, dejando patente su afán de perfeccionismo al dirigir las
labores. Las dota de belleza, a la cual define como “la mezcla en dosis adecuadas de armonía y contraste”. Precisamente
esas dosis aparecen en Anne de Mountesieur (Uma thurman) una damisela capaz de prestar servicios sexuales al
rey, pero también de mantener cierta dignidad como para no acostarse con el
Marqués de Lauzun (Tim Roth), un
personaje mezquino. Se mueve perfectamente entre la nobleza, pero a diferencia
de los demás que únicamente lo valoran, ella además aprecia su trabajo. Esas
son las dosis de contraste que consiguen que Anne llame la atención de Vatel.
Esa diferencia entre valorar y
apreciar, se expone en la escena de la ópera. La nobleza aplaude divertida por
la obra, sin percatarse de que tras el espectáculo, se da la muerte de un
sirviente. Está fuera de su campo de interés. Únicamente les interesa lo bonito
que ha quedado todo por fuera, sin percatarse del esfuerzo que lo ha hecho
posible.
Anne y Vatel tienen una
conversación sobre sus contrastadas situaciones, en la que debaten lo difícil
que es para él complacer a un rey y lo fácil que resulta para ella, teniendo
sin embargo opuestas valoraciones de su propio trabajo. Vatel se desvive por
impresionar a la realeza, que toma los detalles como algo a lo que está obligado,
como si fuera un honor el estar al servicio de la nobleza. Anne considera que
su trabajo es inservible, que cualquier otra mujer podría satisfacer las
necesidades sexuales del rey con idéntico resultado. Ninguno de los dos son
valorados como personas por el rey, ella es simplemente sexo y él, adornos.
Pero Vatel sí se siente apreciado
por su Señor. Las condiciones en que él se ve, son mejores de lo que serían si
no lo tuviese a él. Ya sus padres murieron por servir a un rey. Eso le hace
partir de una tradición familiar, que de antemano le empuja a servir al
príncipe. Pero la muerte de sus padres, le hace repudiar a la nobleza, más allá
del Príncipe de Condé.
La clave es que en el Antiguo
Régimen está escrito el rango social al que se pertenece y las leyes prohíben
un cambio. Únicamente la voluntad del rey puede hacerlo, como así sucede al
requerir los servicios de Vatel. Vatel se muestra reacio a prestar servicios a
cualquiera que no sea su señor, que en su afán por recuperar su reconocimiento
por estar al mando de las tropas, llega a jugarse a Vatel en una partida de
póker. Es una jugada simbólica, en la que el rey le llega a pedir ese favor a
cambio, por lo que ni siquiera se lo juega al azar. Vatel es entregado como un
regalo, en una partida amañada.Volviendo con el discurso de La Boétie, podemos
añadir que
“lo que hace que un amigo esté seguro del otro es el conocimiento de su integridad (…). No puede haber amistad donde hay crueldad.”[2]
No puede haber amistad allí donde hay deslealtad; y hay deslealtad por parte del Príncipe hacia Vatel, al regalarlo en una partida de cartas. Ni siquiera es que se lo juegue, lo cual haría depender del azar, y Vatel solo se enteraría en caso de ser entregado. Es utilizado como regalo para favorecer la concesión por parte del Rey, es decir, que Vatel es utilizado como moneda de cambio, como un mero objeto por quien hasta entonces estaba a él unido más por amistad que por servidumbre.
La dignidad de Anne, pasa por
entregarse a una persona por amor, no por obligación. El acostarse con Vatel le
supone un peligro, pues el Marqués de Lauzun la extorsiona para obtener sus
placeres a cambio de no delatarla, algo que les costaría la vida, tanto a ella
como a Vatel. Para Vatel volver a empezar de cero y en otro entorno le supone
una contradicción. El príncipe lo ha entregado al rey, por lo cual ya no va a
obtener los agradecimientos ni concesiones que recibía de su señor.Vatel
tampoco soportaría estar al servicio de la realeza, algo por lo que murieron
sus padres. Como dijo La Boétie, para rechazar el prestarse a este tipo de
tratos:
“La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan solo en no darle nada”[3]
Vatel se quita la vida para así
no dar nada a su nuevo señor, liberando de peligro a Anne y para mantenerse
firme en su posición ante la realeza. Pues negarse a tal servicio tendría el
mismo resultado de una manera indigna; y en el mejor de los casos, habría
muerto en una cárcel. Bastante simbólico es que al caer muerto, Vatel desordene
y ensucie el banquete servido. Pues en ese mismo momento, en que le comunican
que debe ir a Versalles a prestar servicio, deja de creer definitivamente en su
servidumbre. Al ser consciente de su desgracia renuncia seguir siendo cómplice
de los favores en que se sustenta la servidumbre. En palabras de La Boétie
sobre quienes se resisten de esta manera:
“Dan tantas señales aparentes del sentimiento de su desgracia que es hermoso ver cómo prefieren languidecer que vivir, sin jamás poder complacerse en la servidumbre.”[4]
Valorando por encima de todo la libertad, ha elegido él mismo cómo morir. En su ámbito servil y tras ser regalado al Rey, esa es la situación de libertad máxima a la que puede en ese momento aspirar. Por ello recomienda en su carta a Anne, que ya que ella está en una condición más alta que él, encuentre la libertad de una manera más digna de la que él buscó. Todo este gesto de libertad sucede sin que la nobleza lo entienda, pues como se indica, pensaron que se quitó la vida en honor a ellos, por el mal estado de los pescados que le entregaron.
Luis N. Sanguinet
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